Flores.

El ejército de langostas dejó su lugar al invierno.
Tomé tu mano. Ven conmigo hacia el proximo paraíso, te pedí una vez más. No. Fue lo que me dijiste. Me he cansado de buscar un paraíso, diste por razón.

Se que todos esos sitios ya se han convertido en desiertos.
Pero junto al viento siempre llegó el aroma de las flores.

Descubrimos que solo bastaba seguir a las langostas. Ellas siguen el aroma de las flores. En el sitio hacia donde ellas se dirijan estará el paraíso.

Cada paraiso fué distinto. Cada paraíso nos enseño nuevas maneras de vivir. Cada paraiso fue consumido velozmente por el ejército de langostas. Antes de que nada quedase para nosotros, la única opción fue consumir lo que pudimos con aun más voracidad.

Pero tú ya no quieres ir al paraíso. Quieres desertar de las filas de nuestro ejército.

¿Será acaso que sientes culpa?

Kaexar

1 comentario:

  1. Cuando este cuentito salió a la luz (lo cambié un poco en esta edición), hubo gente que se lanzó a continuarlo. Y fue hermoso.

    A continuación, copio como continuó la historia:



    El 12/11/2006, a las 14:13:39, Euzi dijo:
    Me preguntó nuevamente si iría con él, y sus ojos brillaban con esa luz evanescente que amo y aprendí a odiar. Sentí que una fuerza mayor me empujaba a ir, pero siempre temí a las langostas que nos precedieron, siempre temí a ese vacío que nos encontraba en cada final, temí de mi esperanza y de su decepción. Y esa vez el miedo fue más fuerte. No.
    El camino siempre nos fue claro. Solo nos bastaba con seguir las incontables huellas de despojo que dejaban atrás los insectos. Seguíamos cada camino acorde a nuestros ánimos y cada final era el mismo y diferente de todos. Cada jornada nos recibía con un páramo infértil, y aprendimos a amar nuestra compañía, nuestro constante respirar de vida, contrastando con ese entorno febril y desolado.
    Fuimos aprendiendo y aprendiéndonos, los pasos, desordenados una vez, marchaban constantes y acompasados. Nuestras miradas nos alcanzaban para no tener que mirar cada nuevo desierto. Y cada día era un paraíso de nuevos descubrimientos, más en nosotros que fuera. Fuimos consumiendo lo que teníamos, y así nos consumimos.
    Ya no queda nada de nosotros, no puede quedar nada ya. Abusamos de nuestra suerte, y nuestros pies ya no pueden caminar por sobre huellas que no nos caben. Las langostas pasan a veces por nuestras puertas y nuestra mente, y entonces él me pregunta si lo acompañaré. Pero nuestro tiempo ha pasado. Algún día quizás lo comprenda, y podamos vivir juntos de nuevo, libres del remordimiento de haber perdido nuestros paraísos.

    Euzi~


    El 14/11/2006, a las 23:51:21, El Frasco dijo:
    Hace tanto tiempo ya que perdí a todas mis hermanas. Sé que marchaban al Sur, adónde el suelo se confunde con el cielo y las horas del tiempo agonizan siglos inmensos en cada rayo mortecino del sol que se esconde tras murallas de nubes cargadas. No recuerdo ahora con qué, pero sé que me distraje y cuando volví ellas eran puntos distantes, inasequibles, indistinguibles. Desde esa noche profunda vuelo ciega y sola en la oscuridad del purgatorio. No me esperan infiernos ni paraísos. No me espera un cálido recibimiento, ni los pétalos gélidos de las rosas blancas que crecen en los confines del mundo. Me espera esta angustia de saber que no hay paraíso que para mí haya sido esculpido. Me espera volar en la soledad más triste que la eternidad haya dejado.


    El 16/11/2006, a las 14:56:35, Kaexar dijo:
    La dejé entonces allí, acurrucandose entre la nieve.

    Retome mis viaje tras el zumbido de las alas de las langostas y el olor de flores recien nacidas. Recorrí muchos verdes prados, extintos ya, y selvas llenas de sabrosos frutos y aves de irrazonables plumajes. Construí barcas de madera virgen para cruzar lagos iguamente virgenes, en los cuales me bañé corrompiendo irreversiblemente sus otrora cristalinas aguas. Contemple infinitos amaneceres y ocasos en todas las posibles combinaciones de respandeciente fuego y el divino vapor con los que el cielo juega a la alquimia cada día. Incontables días. Incontables viajes de renacer en renacer, dejando detrás la decadencia presente.

    Pero desde que la dejé allí, acurrucandose entre la nieve, nunca más lugar alguno pudo ser por mí llamado paraíso.

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